Celebrando la vida

El tercer domingo de octubre, la Argentina consagra a «La Madre» y cada uno sale a agasajar a las suyas… pensarán ustedes que incurro en un error, porque dicen que para cada persona: «Madre hay una sola»… sin embargo en cada familia hay más de una Madre… suelen estar las Madres de Madre y Padre, la Madre de los Hijos y las Madres de los Nietos… y puede seguir hacia arriba o abajo del árbol genealógico para encontrar infinidad de Madres, pero, sin duda, las más importantes son: «la que nos dio la vida», «la Madre de nuestros hijos»,  – según el lugar del árbol que ocupemos- «las que nos hicieron Abuelos», y las que nos hacen tíos… también otra Madre puede aparecer en nuestra vida como compañera, con sus propios hijos…

Yo he perdido las dos primeras… y mis hijas me han regalado con su maternidad la gracia de ser Abuelo y mis hermanas el placer de ser tío… la vida también me ha premiado con una compañera…

Es así que para honrar a «Mis Madres» y  a todas las Madres que, como ellas, son el maravilloso bálsamo que nos llenan la vida… voy a contar una anécdota de la que fue mi compañera durante treinta años y además fue un verdadero ejemplo con su lucha contra el cáncer de mamas durante 23 años… y como cada Madre de esta Tierra, resultó un Ángel… en este caso…

«El Ángel de la guitarra…

Voy a contarte un cuento, el cuento de un Ángel… pero es preciso que estés convencido que los ángeles existen… Te puedo asegurar con la misma certeza de que mañana saldrá el sol, que existen; yo los he visto y he recibido directa e indirectamente su caricia… por eso quiero contarte este cuento…

Los ángeles, no son solamente seres etéreos que vuelan de un lugar a otro para consolar con su recuerdo y ser la luz en la penumbra de nuestras almas… muchas veces son de carne y hueso, y si sabemos mirar, pero con todos los sentidos, no nos va a quedar la menor duda que nos encontramos frente a un Ángel…

Cierta vez, me encontraba acompañando a Susana, que estaba internada para recuperarse de una recaída, en un sanatorio de la ciudad. Y estos lugares (salvo en los nacimientos) solo son lindos cuando te vas, pues a las dolencias propias se les agregan las ajenas… las corridas de los enfermeros, los llamados a cirugía, las visitas que comentan la gravedad de su familiar, los médicos interrumpidos en medio de los pasillos: “Doctor esto, Doctor aquello”, y televisores prendidos con las noticias, novelas o algún partido…

Susi pedía, que además de la ropa para cambiarse (sus internaciones para recuperarse se habían hecho más frecuentes) mientras durase su internación, le llevemos la guitarra.

-¿Y cuándo vas a tocar? – le preguntábamos.

-No sé – contestaba – al menos la puedo abrazar y no es tan pesada como ustedes…

Entonces la guitarra viajaba también y era parte del equipaje de internación.

Así que allí estábamos, Susi acostada leyendo algún libro, yo sentado mirando la tele y la guitarra en el ropero de la habitación… y la otra cama de la habitación estaba todavía sin ocupante.

A media tarde llega una enfermera para acomodar la cama de al lado pues venía otra paciente, una señora mayor a quien tenían que aplicarle medicación por vía endovenosa.

La maniobra para colocar la vía, en la mano o en el brazo, es muy delicada y requiere de una gran pericia, que no dudo que los enfermeros la tienen, sin embargo, siempre duele… y aunque sólo son unos pocos segundos, para el paciente es interminable…

Y la mujer, cuando la ubicaron en su cama se quejaba de cuanto la iban a hacer sufrir cuando la pincharan con la aguja…

A mí, me habían hecho retirar del cuarto, por eso esta parte te la cuento escuchada detrás de la puerta…

-Pero me va a doler mucho – dijo la mujer.

-No, solo será un momentito – contestó el enfermero

-No, yo ya sé, me va a doler un montón – contestó la mujer entre lágrimas.

-Si no se relaja y se tranquiliza, le va a doler más – intentó calmarla el muchacho

-Encima, mirá las manazas que tenés… para unas agujitas tan chiquitas

–  Pero… soy un especialista en esto – un poco avergonzado el enfermero intentó defenderse.

-Yo puedo ayudar – la voz de Susana sonó con autoridad – alcánzame la guitarra – le dijo al enfermero señalando la puerta del placard.

Como si hubiera sido una orden de la jefa de enfermería, el muchacho abrió la puerta,   sacó la guitarra y se la entregó a Susi.

-Muy bien – dijo – ahora yo voy a tocar la guitarra, usted me va a mirar a mí mientras él hace su trabajo y va a ver como todos tranquilitos nos vamos a sentir muy bien y no le va a doler nada…

Detrás de la puerta yo sentí que comenzaba a pulsar la guitarra y me asomé… A pesar de tener la vía del suero, Susana estaba tocando la guitarra… las notas del “Estudio de Rubira” inundaban la habitación, a pesar de su frágil condición, sus brazos sostenían con firmeza la guitarra, y sus manos recorrían con seguridad las cuerdas encontrando las notas justas…

La mujer, desde la otra cama observaba el mini concierto… y el enfermero, desde el otro lado de la cama, trabajaba concentrado en el brazo de la paciente, como diciéndose a sí mismo: “Aprovecha gaviota…”

Cuando sonó la última nota, Susi cruzó los brazos sobre la guitarra y miró a la mujer a los ojos y le dijo:

-¿Vio que no duele?

La señora se miró el brazo y vio el suero que colgaba sobre su cama… una lágrima rodó por su mejilla… por la mía también…

El enfermero pasó a mi lado y se detuvo un momento… colocó su mano en mi hombro, y con un nudo en la garganta me dijo:

-Nunca me había ocurrido nada igual…

Sus ojos estaban nublados, como los míos… yo no le pude responder.

-Ahora vamos a tocar otra cosa – dijo Susana – y volvió a tocar otras cosas… pero ya nos reíamos y bromeábamos. Una zambita, una canción infantil, porque llegó el nieto de la señora, mas las sonrisas de los curiosos y alguna enfermera complaciente, matizaron el resto de la tarde…

Ahora ha pasado el tiempo… el Ángel siguió haciendo de estas cositas, y un día se fue, para estar en otro lado, cerquita de Dios… y de tanto en tanto viene, como hoy… para decirme que te cuente este cuento… de cuando el Ángel de la Guitarra tocó… para mitigar el dolor…

Así son las Madres… las mías, las tuyas… las de todos…

Muy Feliz Día…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *