La Calma Pueblerina de María Teresa

Ese día estaba nublado casi por llover, pero no me importaba porque iba a visitar a Susana por primera vez a María Teresa… Llevaba conmigo el regalo para ella, el libro de moda de entonces… «Juan Salvador Gaviota»…
Baje del colectivo de La Verde, en el empalme de la ruta 14 con la 8 y me preparé para mi habitual forma de viaje por aquel entonces… «a dedo» o «propulsion digital»… caían unas gotas, por lo que protegí el libro debajo de la campera, también un pimpollo de rosa que estaba perdiendo sus pétalos…
Pronto, paso un señor en un rastrojero y me adelantó  en el camino, pero solo iba hasta el «Boliche Sol de Mayo» que estaba a 5km… me quedaban 19 de los 24 kilómetros para llegar y ya eran pasadas las 11.00 de la mañana.
En la mano derecha – yendo a María Teresa – donde yo estaba haciendo «dedo», había un montesito de eucaliptos y enfrente, un poco más alejado de la ruta estaba el boliche.
Como comenzaba a llover más fuerte me refugié bajo los eucaliptos,  pero, como desde allí difícilmente pudiera hacerme ver para que me llevaran, decidí cruzar la ruta hasta el boliche y allí esperar a que parara la lluvia.
El lugar era espacioso, como un viejo almacén con el típico mostrador de madera oscurecida y curtida por el roce, había algunas mesas con sus sillas en las que estaban unos cuantos chacacareros…
Me acomodé en el mostrador y pedí una bebida para pasar el rato… no había nada malo en que me tomara un Cinzano con un poco de limón, total, como lo veía, se me estaba yendo la mañana…
El dueño me preguntó de donde venía y adonde iba… y a mi no ne costó nada dar todos los detalles y hasta le mostré el paquete donde llevaba el regalo y el pimpollo…
– Que macana – me dijo – hace 20 minutos que pasó el colectivo.
– Y bueh – dije – es la primera vez que voy a María Teresa… espero llegar para el postre…
Lo que sucedió luego, quizás tenga explicación en la Nobleza simple de la gente del campo… o en la cara de triste enamorado que pudiera haber tenido en ese momento…
Lo cierto es, que un señor que se encontraba cerca se acercó y me preguntó: – Usted sabe manejar?
Yo lo miré sorprendido…
– Si… por supuesto – respondí.
– Entonces, yo le voy a hacer un favor a usted y usted me lo hará a mi…
– Y como será eso? – pregunté más sorprendido.
– Mi hijo – dijo – fue al bautismo de la hermanita de la novia y se fue temprano en colectivo… ahora, con lo que está lloviendo yo no voy a precisar la chata… así que acompáñeme al campo y luego le lleva la chata… se llama Abel Benso y su novia es Sandra Malina…
Le pagué al Cantinero, que me devolvió una sonrisa, y salí detrás del señor que se dirigía a una camioneta Ford color azul…
Bajo una lluvia, no muy intensa, nos dirigimos por el camino rural hasta el campo que distaba unos dos o tres mil metros de la ruta…
Llegamos a la casa y el hombre bajó de la camioneta, habló con la mujer que  estaba en la puerta y le dió unas explicaciones a las que ella asentía estrujando un reparador… yo me bajé de la camioneta y me presenté con la señora.
El señor me entregó las llaves de la camioneta, me despidió dándome la mano y me deseó buen viaje… comenzaba a llover más fuerte.
Mientras me alejaba y cruzaba la tranquera los miré por el espejo entrando tranquilamente a la casa…
Ya en el camino rogué que el barro fuera poco y no me empantanara, ese trecho lo manejé cuidadosamente despacio… al subir a la ruta, pasé revista a mis posesiones del momento… documentos, billetera, pañuelo, el regalo para Susana, un pimpollo medio «despeluchado»… y una CAMIONETA FORD MODELO 75 o 76… era el 19 de octubre de 1980.
No cabía en mi de la alegría… pero las emociones son traicioneras, me había olvidado totalmente de las instrucciones para llegar a la casa de Susi.
Conduciendo con cuidado por una ruta desconocida llegué a María Teresa y entré en la primer entrada que vi… y desemboqué en la estación de servicio YPF.
Paré allí y justo un señor salía del bar, le pregunté como llegar y me dijo que lo siguiera.
Así lo hice, lo seguí por esas calles cortadas y manzanas muy raras… y al llegar a la casa me indicó con un gesto y siguió su camino, yo detuve el vehículo, había llegado… y de que modo…
Me quedaba bajar de la chata, cruzar la calle y golpear la puerta…
Pero adentro de la casa, una amiga, Gachi, le dijo a Susana:
– Ese que  baja de la chata, no es Carlitos?
– No puede ser – contestó – Carlitos no tiene chata…
– Me parece que sí es él –  dijo su otra amiga Miriam
– Uh, sí – dijo Susana – y qué hará en esa camioneta?
Salieron de la casa y yo no alcancé a cruzar la calle ni a golpear la puerta…
Me hubiera gustado que el besito de bienvenida durara un poco más… y el abrazo fuera más largo, pero tenía que explicar que hacía con una camioneta casi nueva…
– Me la prestó el Señor Benso, en el boliche Sol de Mayo.
– Y de dónde te conoce el Señor Benso? – preguntó Susana
– Nos conocimos ahí, no nos conocíamos de antes, solo me prestó la camioneta para que se la trajera a su hijo.
La cara de estupor de Susana contrastaba con las de sus amigas que movían la cabeza de lado a lado… pero no se pudo comparar con la del hijo del Señor Benso, que cuando le expliqué como había sido todo solo atinó a decir:
– Mi viejo está loco.
Mientras nos llevaba de regreso a la casa de Susana, cada tanto me miraba y sonreía… y al final dijo:
– Resultó muy bueno, no?
– Claro que si, yo llegue a tiempo y vos no andas a «pata»…
Luego disfruté el día en ese Pueblo de dos pueblos… el Nuevo y el Viejo y después volví más veces hasta que finalmente pasó a ser mi pueblo… allí encontré el amor, me casé en su Iglesia y formé mi familia… recorrí sus calles, compré en sus negocios, trabaje en sus escuelas, fui  a sus espectáculos… en fin viví una vida de luces y sombras… reí de alegría y también lloré de dolor…
Ya ha pasado el tiempo, muchas cosas han cambiado… Susana ya no está, se ha ido a un lindo cielo y yo, no vivo en María Teresa aunque parte de mi sigue allí… por eso, sigo pensado en lo que dijo el hijo del Señor Benso… yo mismo lo he creído durante un tiempo y muchos al conocer la historia también lo harán… pero al pensarlo bien, creo que el Señor Benso era, quizas, el más cuerdo de todos…
El vió en mi una honestidad que yo no sabía que tenía y dió muestra de una maravillosa Empatía poniéndose en mi lugar y en el de su propio hijo… fue el Milagro de aquella jornada…
Ese rústico campesino cumplió con lo que estaba escrito en el libro que yo llevaba ese día…  «podemos alzarnos sobre nuestra ignorancia… descubrirnos como criaturas de perfección»…
Y así fue que llegué por primera vez a María Teresa.

Ahora, con el tiempo pasado y la historia sobre los hombros, no puedo mirar a María Teresa, sino con los ojos del Amor… Este Pueblo lindo, que crece pero guarda en su clásica «Calma Pueblerina» y en esos «triángulos que apuntan, bajo el cielo azul, uno al norte y otro al sur» el secreto de ser un Pueblo Mujer que es apenas una «mancha en la llanura que apenas se ve… pero estás y yo lo se»… y siempre, aunque esté lejos «me gusta transitar tu huella»…

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