Cuando niños hemos jugado con seriedad… y al mismo tiempo con alegría… con la inocencia de creer las fantasías que imaginábamos… una rama podía ser una escopeta y cualquier cosa era un juguete… el misterio de las navidades, la alegria de los cumpleaños y las picardías de los carnavales… las extraordinarias aventuras en un lugar agreste imaginari, que era interrumpida (casi siempre en el mejor momento) por una voz vibrante que decía: «¡a tomar la leche!» o «¡a hacer los deberes!»… y obedecíamos protestando, salvo que el hambre fuera mayor que las ganas de jugar…
Caras sucias, rodillas peladas y algunos arañazos en los brazos o piernas de correr por calles polvorientas, arrastrarnos escondidos en yuyales o de trepar los árboles, era lo que ostentábamos como un trofeo de cada aventura…
Esa infancia que parece perdida reaparece de nuevo con nuestros hijos… y luego con los hijos de nuestros hijos… los nietos…
Es por eso que ese niño que fuimos siempre está dentro nuestro esperando salir con la maravillosa empatía para poder jugar como un niño… con ojos y convicción de niño…(aunque nuestro cuerpo no responda igual)
Aunque las obligaciones y las responsabilidades nos tengan muy ocupados… siempre habrá un momento para ser niño y Jugar…
Feliz día del Niño!